Josué Mora PeñaNada se sabe de los dos ladrones que murieron al lado de Cristo cuando Este fue crucificado. Se cree que no eran ladrones comunes y ordinarios, judíos patrióticos. Probablemente pertenecían a la secta de los Zelotes.
La tradición dice que sus nombres eran Dimas y Gestas. Siendo Dimas el ladrón arrepentido. La Cruz de Cristo divide a la humanidad en dos bandos: aquellos que creen en El como el Hijo de Dios y los que lo catalogan simplemente como un gran profeta (que lo fue) y un gran Maestro (que también fue). Cristo fue en verdad un gran profeta y Maestro e Hijo de Dios, Salvador del mundo, y Dios mismo. Esto indica que en el mundo hay solamente dos caminos: el ascendente y el descendiente, el ancho y el angosto, el que nos conduce al cielo y el que lleva a la perdición eternael infierno. Y toda persona que ha nacido desde Adán y Eva ha escogido uno de los dos caminos.
Ambos ladrones hicieron una petición a Cristo. Una mal fundada; la otra no. Una era convenenciera; la otra salía de lo profundo del corazón. Una era para salvar el pellejo; la otra era para salvar el alma. Y Cristo, estando pendiente de la Cruz y en agonía, aún tenía poder para salvar y perdonar y dar la vida eterna. Escuchó la petición de ambos ladrones. Uno reconoció su pecado, el otro no. No hay bendición en confesar los pecados ajenos, sino los nuestros. Y el ladrón arrepentido le dijo a Cristo, "Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino" (verso 42). Confió en El, esperó en El. No fue fácil para este ladrón poner su fe un Cristo que se encontraba en la misma situación que ellos. ¿Qué clase de rey era Este? Al igual que los dos ladrones, muy pronto moriría. Su corona era de espinas, por cetro se le dio una caña, su trono era un vil madero. Sus adeptos lo dejaron solo. Pero Dimas venció todos estos obstáculos y creyó en El y fue salvo. Sin duda alguna que la palabra de Cristo de perdón hizo mella en este ladrón. Ningún reo de muerte perdonaba a sus ejecutores, por el contrario, los maldecían, los odiaban, sus últimas palabras era una serie de maldiciones que es imposible mencionarlas en este escrito. Pero Cristo, quien murió no como un reo de muerte sino como el "Cordero de Dios, que quita en pecado del mundo" (Juan 1.29).
La petición de este ladrón fue simple, sencilla y al grano, "Acuérdate de mí". En otras palabras, al igual que la mujer sirofenicia que sólo quería recoger las migajas de pan que caen de la mesa de sus amos (Mateo 15.21-28), así este ladrón sólo pedía que Cristo se acordara de él al morir. Pero Cristo le dio la vida eterna. Cuando Dios da, El da a manos llenas. Según los renglones del poeta cuáquero Whittier, "Cuando Dimas se convirtió, no hubo ritualismo, no fue bautizado, no hubo lugar para las emociones, sólo hubo fe. Creyó y fue salvo instantáneamente." No sabemos cuánto tiempo estuvo este ladrón colgado de aquella cruz, después de que Cristo le aseguró la vida eterna, pero me gusta pensar que el dolor físico se aminoró al saber que le esperaba la vida eterna con Cristo y no la condenación como al otro ladrón.
Dwight L Moody dice, "Por la mañana, Dimas era sacado para morir como un criminal condenado; por la tarde, era salvado de todos sus pecados. Por la mañana, maldecía su mala suerte y a todas las autoridades romanas; por la tarde, estaba cantando aleluyas con un coro de ángeles. Por la mañana, lo condenaron como un ente inmerecedor de la vida; por la tarde, estaba listo para irse al cielo. Por la mañana, lo encalvaron en una cruz; por la tarde, entró en el paraíso de Dios. Por la mañana no hubo ojo humano que se compadeciera de él; por la tarde, era lavado y limpiado con la sangre del Cordero. Por la mañana, se encontraba junto con el otro ladrón; por la tarde, entró en la presencia de Cristo en la ciudad eterna".
Sí, Cristo y ladrón entraron por las puertas del paraíso; El Rey y el ladrón; el Juez y el pecador; El Pastor del rebaño y la oveja perdida; La Luz y las tinieblas se habían encontrado en la encrucijada de sus caminos. Dimas, en su tristeza y sufrimiento y en sus últimos momentos, encontró la vida eterna al entregarse a Cristo. Y así se fueron juntos los dos más allá de la puesta del sol, al plus-ultra, a una nueva y eterna mañana. Se fueron juntos, allende los mares, a una mañana de gloria, la mañana de la eternidad.
El himnólogo William Cowper (1731-1800) dice el himno "Hay Una Fuente Sin Igual": "Hay una fuente sin igual de sangre de Emamuel, en donde lava cual las manchas que hay en él. El malhechor se convirtió muriendo en una cruz: al ver la fuente en que lavó sus culpas por Jesús.
Y yo también cual malo soy, lavarme allí podré; y en tanto que en el mundo estoy su gloria cantaré. Tu sangre nunca perderá ¡O Cristo! su poder, y sólo en ella así podrá Tu Iglesia salva ser. Después, cuando en la tumba ya mi lengua muda esté, con canción más noble y dulce habrá que en gloria cantaré.
¿Disfrutas tú de esa seguridad de la vida eterna? ¿Te has lavado en la sangre carmesí del Cordero de Dios? Lo único que tienes que hacer es pedirle a Dios que se acuerde de ti, reconocer que Cristo es el Hijo de Dios y arrepentirte de tus pecados. Y cuando respires tu último aliento, entrarás en el paraíso eterno como el ladrón arrepentido.
josue.mora@iglesiabautista.org
Visitas: 16729