Josué Mora PeñaA esta palabra algunos le llaman la palabra de la seguridad eterna y es lógico, pues habla de la vida eterna, del más allá. El comentarista Henry H. Halley dice, La crucifixión era el castigo romano para los esclavos, los fuereños y los criminales más viles que no eran ciudadanos romanos. Era la muerte más agonizante, ignominiosa y cruel jamás habida. Los clavos atravesaban las manos y los pies y se dejaba a la víctima colgando de la cruz en agonía, con hambre, una sed insufrible y convulsiones de dolor. Tardaba la víctima de 4 a 5 días para morir. Jesús murió en 6 horas.
La cruz no es un ejemplo de una víctima sino una demostración de amor que nadie en este mundo puede comprender. No es un ejemplo de flaqueza y debilidad, es un ejemplo del poder incomprensible de victoria sobre el pecado. No es un ejemplo de un mártir muriendo por una causa, mas bien, es Dios mismo venido en carne, haciéndose sacrificio por el mundo entero.
No se sabe nada de los dos ladrones que fueron crucificados con Cristo. Se cree que no eran ladrones ordinarios, sino tal vez revolucionarios, judíos patriotas, probablemente pertenecían a la secta de los Zelotes, un grupo separatista que estaba en contra del gobierno romano. La tradición les da nombre a los dos ladrones: al arrepentido le llaman Dimas y al otro Gestas. La cruz de Cristo divide a la humanidad en dos bandos: los que creen en El y los incrédulos. Esto indica que hay sólo dos caminos en la vida: el que asciende y el que desciende; el camino ancho y el angosto; el que nos lleva al cielo o al infierno. Al igual que estos dos ladrones, todo ser humano tarde o temprano escoge qué camino tomar.
Ambos ladrones hicieron una petición a Cristo: una mal fundada, la otra fue correcta. Un ladrón reconoció su pecado, el otro no. Dimas se arrepintió y pidió perdón de una manera muy simple: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino, le dijo a Cristo. Probablemente la palabra de perdón que Cristo pronunció para los que lo crucificaban hizo mella en este ladrón. Confió en El, se arrojó a los brazos de misericordia del Cordero sufriente. Sólo esperaba recoger las migajas de pan que caían al suelo de la mesa del Maestro de Galilea y se le dio la vida eterna. No fue fácil para este ladrón creer en un Rey que estaba siendo ajusticiado. ¿Qué clase de Rey era Este? Clavado en una cruz. Su corona era de espinas; por cetro se le dio una caña; en medio del sarcasmo su trono era un vil madero, pero Dimas venció todo esto y Cristo le concedió su petición.
Cuando este malhechor se convirtió no hubo ritualismo, no se sabe si fue bautizado en alguna ocasión, no tomó clases de membresía de la iglesia, no hubo ni siquiera lugar para las emociones, sólo hubo fe en él. Creyó y fue salvo inmediatamente. Sintió que el peso de su pecado lo alivianaba; se sentía como en las nubes, su gozo se sobrepuso al dolor, vio la luz, sintió la paz. Dice el himnólogo S. Webbe, ¡Dulces momentos ricos en dones, de paz y gracia, de vida y luz. Sólo hay consuelos y bendiciones cerca de Cristo, junto a la cruz!
D.L. Moody dice, Por la mañana Dimas era sacado para morir, un criminal condenado; por la tarde era salvado de todos sus pecados. Por la mañana maldecía su mala suerte y a todas las autoridades romanas; por la tarde estaba cantando aleluyas con un coro de ángeles. Por la mañana lo condenaron como un ente inmerecedor de la vida; por la tarde estaba listo para irse al cielo. Por la mañana lo enclavaron en una cruz; por la tarde, entró en el paraíso de Dios. Por la mañana no hubo ojo humano que se compadeciera de él; por la tarde, era lavado y limpiado con la sangre del Cordero. Por la mañana se encontraba junto al otro ladrón; por la tarde, entró en la presencia de Cristo en la ciudad eterna.
Sí, Cristo y ladrón llegaron esa tarde a las puertas del paraíso. El Rey del paraíso y el ladrón. El Juez y el pecador. Se habían encontrado en la encrucijada de sus caminos de tristeza y sufrimiento y se fueron juntos, más allá de la puesta del sol; a una nueva y eterna mañana. Se fueron juntos, allende los mares, a una mañana de gloria, la mañana de la eternidad.
Tú y yo representamos a esos dos ladrones. Llegara el día en que debemos hacer una decisión acerca de la vida eterna: o creemos en Cristo como nuestro Salvador o seremos incrédulos como el otro ladrón. Digámosle a Cristo hoy mismo,Señor, acuérdate de mi cuando vengas en tu reino, el cual está muy pronto en cumplirse.
josue.mora@iglesiabautista.org
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