Noviembre 22, 2024
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Reflexión Sobre La Crisis De Lázaro

 
 

Esaú Crespo

La enfermedad es algo que el hombre por instinto repudia y a veces los llamados creyentes, olvidándose de toda la revelación de Dios, también ven en la enfermedad la antesala de la muerte. Pero Jesús nos muestra que, cuando el Hijo de Dios es glorificado, la enfermedad no es para muerte. Y esto es algo que todos los creyentes debemos tener muy claro para no vivir la antesala de la muerte, sino glorificando al Señor en nuestros cuerpos, estemos sanos o enfermos.

Marta y María, las hermanas del enfermo Lázaro que nos narra este capítulo, también habían acudido al Señor en busca de la sanidad de su hermano. La amistad que les unía a Jesús les daba la garantía de que serían atendidas en su ruego, ya que muchos otros sin esa amistad habían sidos sanados de sus enfermedades más diversas.

Nosotros también, como Marta y Maria, podemos buscar en nuestra oración ante el Señor el ser simplemente librados de nuestra enfermedad, pero quizás olvidemos lo más importante, que el Hijo de Dios sea glorificado en esa enfermedad.

I. “Jesús les dijo claramente: Lázaro ha muerto; y me alegro por vosotros, de no haber estado allí, para que creáis” (v, 14-15).

El Señor Jesús cuando recibió el mensaje de la enfermedad de Lázaro no fue rápidamente, sino que se retrasó aun dos días. El Señor conoce todas las cosas y en todas busca nuestro bien. Aunque tarde en responder a nuestra oración debemos de tener por cierto que él siempre nos oye.

II. Jesús les dice a sus discípulos que tienen que regresar a Judea, a la aldea Betania que distaba unos tres kilómetros de Jerusalén, que “ya nuestro amigo Lázaro duerme” (v. 11).

Jesús sabe perfectamente cual es la situación de su amigo, y no se olvida de la petición de las hermanas de Lázaro.
Pero, sin embargo, se alegra de sus discípulos de no haber estado allí pues así podrán ver la gloria de Dios manifestada en Su Hijo. Podíamos decir que Jesús con su actitud cultiva cuidadosamente la fe de sus discípulos. La finalidad de su aptitud es para que “crean”. Esto vale también para Marta y María sometidas a un profundo dolor por la muerte de su hermano que el Señor Jesús podía haber evitado. No fue así, y el dolor y el llanto maduran más la fe, la amistad y la gratitud hacia su gran amigo Jesús.

Ellas sabían ciertamente que si Jesús hubiese estado allí, su hermano no hubiera muerto, y así se lo dicen a Jesús: “Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto” (v.21,32). Las hermanas estaban plenamente convencidas de que lo que el Señor podía haber hecho a su hermano enfermo, pero desconocían lo que podía hacer estando su hermano muerto.

III. “Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en Mi, aunque este muerto vivirá. Y todo aquel que vive y cree en Mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?” (v. 25,26).

No hay resurrección y vida fuera de Cristo, ya que el mismo es la resurrección y la vida. No se trata, pues, de una teoría sino de una persona que es resurrección y vida para todo aquel que cree en El.

Esta revelación personal de Jesús ha de ser siempre una fuente inagotable de gozo y alegría para el creyente, porque su vida y resurrección es Jesús mismo.

A veces nos conformamos en confesar como Marta que Jesús es el Hijo de Dios, que ha venido al mundo, pero podemos olvidar que El es nuestra propia vida y nuestra resurrección. Esto no es una doctrina que hay que aprender, sino una Persona a la que hay que conocer en el día a día de tu propia existencia con todas las circunstancias sociales fáciles o difíciles.

En esa realidad vivencial el creyente descubre que las palabras de Jesús son “espíritu y son vida” y reconoce que su propia vida no se agota en los límites de su cuerpo, porque su vida es Cristo y por eso es también eterna en Cristo; no está condicionada a la temporalidad de un cuerpo, sino a la vida misma que es Cristo, el Hijo de Dios.

IV. “¿Crees esto?” (v. 26).

Esta fue la pregunta que Jesús hizo a Marta y te la hace a ti hoy. La respuesta de Marta fue: “Si Señor; yo he creído que Tu eres el Cristo, el Hijo de Dios” (v. 27). En este diálogo Marta admite haber creído, pero Jesús le pregunta por el presente: “¿Crees?”.

A veces basta una simple enfermedad o algún contratiempo en nuestro modo de vida para exclamar derrumbados: ¿Señor dónde estas? ¡Esto no me sucedería, si estuvieses aquí conmigo!

Olvidamos, entonces, que el nos dice: “No te desampararé ni te dejaré” (Hebreos. 12:5). “No temas, porque Yo estoy contigo; no desmayes, porque Yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudar酔 (Isaías 41:10).

Esta actitud incrédula nos incapacita para ver la gloria de Dios, pues Jesús le dice a Marta: “¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?” (v.40). Marta ante el cuerpo de su hermano muerto de cuatro días, ya no tenía más recursos para esperar algo de Jesús a pesar de haber confesado que creía en El.

Uno mismo puede tener esa misma actitud que Marta, confesando una fe para ciertos supuestos, pero no una fe plena en Cristo, llena de todas las posibilidades, porque “al que cree todo le es posible” (Marcos. 9:23).
La carencia de esa fe plena produce una ceguera que incapacita para ver la gloria de Dios en todos los momentos transcendentes e intranscendentes de la propia vida.
El libro de Proverbios dice “Los hombres malos no entienden el juicio: mas los que buscan al Señor entienden todas las cosas” (Proverbios 28:5).

V. “Jesús le dijo: ¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?” (v. 40)

Para Marta la realidad de la muerte de su hermano era algo definitivo. Por eso se sorprende de la actitud de Jesús, cuando manda quitar la piedra que tapaba el sepulcro de su difunto hermano. Ella tenía una buena razón para no consentir en tal actitud, su hermano llevaba cuatro días muerto.

Pero Jesús no le pedía sus razonamientos en los que ocultaba su incredulidad, sino que creyese: “¿No te he dicho que si crees veras la gloria de Dios?”.

Marta jamás se hubiese imaginado que Jesús clamaría con gran voz:

VI. “¡Lázaro, ven fuera!” (v. 43).

Y allí estaba de nuevo su hermano Lázaro, para testimonio de que Jesús es la resurrección y la vida como El le había revelado. La fe de Marta, como la de los discípulos, recibió con esta obra del Padre en Su Hijo una fuerte solidificación en la persona de Jesús.

Los creyentes estaban presentes y creyeron en Jesús, vieron la gloria del Padre en la actuación del Hijo. Los que no creyeron en Jesús, sólo vieron en la resurrección de Lázaro un motivo de gran preocupación y de destrucción: “Vendrán los romanos y destruirán nuestro lugar santo y nuestra nación” (v. 48).

El pueblo de Israel veía a los romanos como una amenaza destructora de su lugar santo y de su nación. Pero se equivocaban en el veredicto, pues la causa de su perdición fue la incredulidad, con la que sólo podían ver el instrumento destructor romano y no veían la gloria de Dios, que se manifestaba en Su Hijo Jesucristo.

Hoy también el elemento romano disfrazado de brazo papal pretende imponer su poder idolátrico al pueblo santo de Dios, quienes por medio de la fe en Jesús alcanzaron perdón de pecados y herencia entre los santificados.

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Pasaje

Juan 11:1-48

1 Estaba entonces enfermo uno llamado Lázaro, de Betania, la aldea de María y de Marta su hermana.

2 (María, cuyo hermano Lázaro estaba enfermo, fue la que ungió al Señor con perfume, y le enjugó los pies con sus cabellos.)

3 Enviaron, pues, las hermanas para decir a Jesús: Señor, he aquí el que amas está enfermo.

4 Oyéndolo Jesús, dijo: Esta enfermedad no es para muerte, sino para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.

5 Y amaba Jesús a Marta, a su hermana y a Lázaro.

6 Cuando oyó, pues, que estaba enfermo, se quedó dos días más en el lugar donde estaba.

7 Luego, después de esto, dijo a los discípulos: Vamos a Judea otra vez.

8 Le dijeron los discípulos: Rabí, ahora procuraban los judíos apedrearte, ¿y otra vez vas allá?

9 Respondió Jesús: ¿No tiene el día doce horas? El que anda de día, no tropieza, porque ve la luz de este mundo;

10 pero el que anda de noche, tropieza, porque no hay luz en él.

11 Dicho esto, les dijo después: Nuestro amigo Lázaro duerme; mas voy para despertarle.

12 Dijeron entonces sus discípulos: Señor, si duerme, sanará.

13 Pero Jesús decía esto de la muerte de Lázaro; y ellos pensaron que hablaba del reposar del sueño.

14 Entonces Jesús les dijo claramente: Lázaro ha muerto;

15 y me alegro por vosotros, de no haber estado allí, para que creáis; mas vamos a él.

16 Dijo entonces Tomás, llamado Dídimo, a sus condiscípulos: Vamos también nosotros, para que muramos con él.

17 Vino, pues, Jesús, y halló que hacía ya cuatro días que Lázaro estaba en el sepulcro.

18 Betania estaba cerca de Jerusalén, como a quince estadios;

19 y muchos de los judíos habían venido a Marta y a María, para consolarlas por su hermano.

20 Entonces Marta, cuando oyó que Jesús venía, salió a encontrarle; pero María se quedó en casa.

21 Y Marta dijo a Jesús: Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto.

22 Mas también sé ahora que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo dará.

23 Jesús le dijo: Tu hermano resucitará.

24 Marta le dijo: Yo sé que resucitará en la resurrección, en el día postrero.

25 Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá.

26 Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?

27 Le dijo: Sí, Señor; yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido al mundo.

28 Habiendo dicho esto, fue y llamó a María su hermana, diciéndole en secreto: El Maestro está aquí y te llama.

29 Ella, cuando lo oyó, se levantó de prisa y vino a él.

30 Jesús todavía no había entrado en la aldea, sino que estaba en el lugar donde Marta le había encontrado.

31 Entonces los judíos que estaban en casa con ella y la consolaban, cuando vieron que María se había levantado de prisa y había salido, la siguieron, diciendo: Va al sepulcro a llorar allí.

32 María, cuando llegó a donde estaba Jesús, al verle, se postró a sus pies, diciéndole: Señor, si hubieses estado aquí, no habría muerto mi hermano.

33 Jesús entonces, al verla llorando, y a los judíos que la acompañaban, también llorando, se estremeció en espíritu y se conmovió,

34 y dijo: ¿Dónde le pusisteis? Le dijeron: Señor, ven y ve.

35 Jesús lloró.

36 Dijeron entonces los judíos: Mirad cómo le amaba.

37 Y algunos de ellos dijeron: ¿No podía éste, que abrió los ojos al ciego, haber hecho también que Lázaro no muriera?

38 Jesús, profundamente conmovido otra vez, vino al sepulcro. Era una cueva, y tenía una piedra puesta encima.

39 Dijo Jesús: Quitad la piedra. Marta, la hermana del que había muerto, le dijo: Señor, hiede ya, porque es de cuatro días.

40 Jesús le dijo: ¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?

41 Entonces quitaron la piedra de donde había sido puesto el muerto. Y Jesús, alzando los ojos a lo alto, dijo: Padre, gracias te doy por haberme oído.

42 Yo sabía que siempre me oyes; pero lo dije por causa de la multitud que está alrededor, para que crean que tú me has enviado.

43 Y habiendo dicho esto, clamó a gran voz: ¡Lázaro, ven fuera!

44 Y el que había muerto salió, atadas las manos y los pies con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: Desatadle, y dejadle ir.

45 Entonces muchos de los judíos que habían venido para acompañar a María, y vieron lo que hizo Jesús, creyeron en él.

46 Pero algunos de ellos fueron a los fariseos y les dijeron lo que Jesús había hecho.

47 Entonces los principales sacerdotes y los fariseos reunieron el concilio, y dijeron: ¿Qué haremos? Porque este hombre hace muchas señales.

48 Si le dejamos así, todos creerán en él; y vendrán los romanos, y destruirán nuestro lugar santo y nuestra nación.

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