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Tres Hombres En Un Tiempo

 
 

"No confiéis en los príncipes. Ni en hijo de hombre, porque no hay en él salvación...

Buenaventura aquel cuya esperanza está en el Seños su Dios" (Salmo 146:3,5).

El Emperador Carlos V, El Papa León X y Martín Lutero

Carlos V, hijo de Felipe el hermoso archiduque de Austria y de Juana de Castilla, nació el 24 de febrero de 1500 en Gent (Bélgica) murió en Yuste (España) el 21 de septiembre de 1558. León X fue Papa de 1513 a 1521, murió a los 46 años.

Martín Lutero nació el 10 de noviembre de 1483 en Eisleben (Alemania), murió el 18 de febrero 1546.

Estos tres personajes coincidieron en un tiempo en el que Europa sufriría una profunda transformación tanto en lo sociopolítico como en lo religioso. Ellos, en cierta manera, fueron los protagonistas de esos acontecimientos.

Después de quinientos años del nacimiento del emperador Carlos V, al que le gustaba decir que en su imperio no se ponía el sol, sería una temeridad por nuestra parte no hablar con toda imparcialidad y neutralidad de todo lo que en esos años se ha dicho de estos tres personajes.

Para ello será muy importante tratar de conocer cómo fue su infancia y su situación social.

Carlos V pasó su infancia en la corte de su tía paterna Margarita de Austria, siendo su tutor de obispo Adriano de Utrecht, que también sería papa de 1522-1523. En 1516 fue, con dieciséis años, nombrado rey de España y de las dos Sicilias. En 1519 fue nombrado emperador del Sacro Romano Imperio de la nación Alemana. En 1521, a sus veintiún años, pudo escuchar personalmente a Lutero en la Dieta de Worms.

León X, llamado Giovanni de Médicis, su padre fue el célebre Lorenzo el Magnífico. Su vida había pasado entre el lujo palaciego. A los trece años, por ser uno de los Médicis, fue nombrado cardenal. A los treinta y siete años fue nombrado Papa. Para eliminar suspicacias citaremos textualmente al historiador jesuita B. Llorca: "Se dedicaba apasionamiento a la caza y a los grandes festejos... Procuró con todas sus fuerzas en engrandecimiento de su familia" (p. 412). "El clero a principios del siglo XVI se hallaba en un estado de corrupción del que a penas podemos hacernos cargo hoy... Muchos hijos de la nobleza eran destinados a las dignidades eclesiásticas... Los prelados eran ordinariamente hombres mundanos... El concubinato y la simonía se convirtieron en una verdadera plaga..." (p. 451).

Martín Lucero recibió el orden sacerdotal en 1507 a sus 24 años después de sus estudios de filosofía y teología. En 1510 fue a Roma con otro miembro de su orden, los agustinos, para tratar de buscar solución a problemas internos de su orden. Desde 1512 permanece en Wittenberg dando clase sobre la Biblia. Cuando León X es nombrado Papa, comienza Lutero con la exégesis de los salmos (1513-1515), continúa con la carta los Romanos y los Gálatas (1515-1516) y a la carta a los Hebreos (1517-1518).

Estos tres personajes se cruzaron en la historia. El emperador estaba preocupado por mantener su Imperio bajo su poder político, siendo fiel a su formación religiosa que había recibido de su tutor Adriano de Utrecht.

El Papa León X buscaba por todos los medios mantener su prestigio personal y el poder religioso sobre toda la cristiandad. Para ello, en la sesión XI del concilio de Letrán el 19 de diciembre de 1516, no duda en renovar la bula "Unam Sanctam", en la que uno de sus antecesores, Bonifacio VIII, el 18 de noviembre de 1302, proclamó la teoría medieval de la superioridad de la potestad del Papa sobre la potestad de los príncipes; declaró y definió que es absolutamente necesario a toda criatura humana someterse al Romano Pontífice para salvarse; firmemente creyó y confirmo que fuera de la iglesia una, santa católica y apostólica no hay salvación ni perdón de pecados (D. 870, 874).

Martín Lutero desde el estudio de las Escrituras, libre de todo afán de poder político y religioso, busca con ansiedad una respuesta a sus angustiosas preguntas sobre su reconciliación con Dios. Su actitud no es una rebelión antojadiza o caprichosa, sino una búsqueda vital para su propia existencia. Mientras en Emperador y el Papa tratan por todos los medios de mantener su poder político y religioso, Lutero busca "el poder de una vida indestructible" guiado por la Palabra de Dios.

¿Qué podía ofrecer este Papa, como muchos de sus antecesores, a una iglesia oprimida y dirigida por hombres corruptos, que nada tenían que ver con la salvación de las almas y muchos con las pingües prebendas, que percibían por sus cargos, en la mayoría de los casos comprobados por las familias nobles a las que pertenecían?

¿Cuál era la amenaza más grande para estos déspotas de la religión, sino que alguien predicase el mensaje de la gracia del Evangelio de Jesucristo? Es lógico que todos estos nobles religiosos de conveniencia se opusiesen privar de su "modus vivendi" con apelaciones a una reforma de vida y costumbres, sometiéndose todos a la autoridad de la Palabra de Dios.

Para no tener que inclinarse ante la suprema autoridad de la Palabra de Dios, el Papa hace fe de la bula "Unan Sanctam", en la que se predica que la autoridad suprema es el mismo Papa y que fuera de su iglesia no hay nada que buscar, si uno se quiere salvar. Esta era la puerta al Concilio de Trento en el que se anematizaría toda reforma que no estuviese de acuerdo con los principios de la bula "Unam Sanctam". Todo intento para que el Papa con la curia y la mayor parte de los nobles prelados reconociesen la Palabra de Dios, como punto de encuentro y de partida para la reforma de la iglesia, fue condenado por ellos.

La historia nos demuestra que los documentos en los que estos Papas y los nobles prelados se apoyaban había sido confeccionados para preservar su propio poder y privilegios, sin tener en cuenta las gentes que gobernaban, y mucho menos el puro Evangelio de Jesucristo. Porque, si nos atenemos a los hechos, estos hombres practicaban el anti-evangelio. Esto mismo lo reconoció en la Dieta de Nuremberg (1522) el Papa Adriano VI por boca de su legado Francisco Chieregati con estas palabras: "Durante muchos años se ha producido sucesos abominables en el trono de San Pedro, abusos de orden espiritual, transgresiones de mandamientos, de tal manera que todo ha sido limpiamente pervertido". Este hombre que había iniciado la reforma de la curia pontificia, sólo duró un año en le papado (1522-1523).

Roma no quería reformadores, su historia papal había sido finamente tejida con su propia doctrina y nunca podría pasar un examen bajo la luz de la Palabra de Dios. Porque la Palabra anuncia la gracia y el perdón total en Cristo par el pecador, pero no un poder absoluto del Papa y sus prelados para intervenir en esa gracia y ese perdón para subyugar a sus fieles.

Uno se pregunta, qué hubiese sido de Europa, si el emperador Carlos V hubiera aceptado la Reforma de la Iglesia en fidelidad al Evangelio de Jesucristo. La primera consecuencia sería: paz para su imperio y bendición para sus súbditos. Las tierras de Nuevo Mundo hubiesen recibido también esa Buena Nueva de la salvación en Jesucristo, la paz y la justicia se besarían, y no habría conocido estos quinientos de zozobras y esclavitudes de sumisión total a Roma. Se podría decir conforme a lo que está escrito en Deuteronomio, que Dios puso ante Carlos V: "La vida y la muerte, la bendición y la maldición" (30:19), él escogió estar al lado del Papa y su corrupción, pero ahí no estaba la vida ni la bendición. Estos quinientos años lo han dejado plasmado en los países latinos en los que la "Santa Inquisición) arrancó con fuego y sangre todo intento de acercarse a la vida y la bendición que es la SANTA PALABRA DE DIOS, que nada tiene que ver con la "santa inquisición del Papa".

Si algo nos muestra nuestra propia historia, es que: no hay vida cristiana sin Cristo viviente, y no se tiene al Padre y al Hijo si no se PRESERVA EN LA DOCTRINA DE CRISTO (II Juan 2:9)

Tomado de la revista En la Calle Recta. Núm. 166 Septiembre-Octubre 2000. Págs. 15-17.

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