Nada hay de malo en acordarse de nuestros muertos, pero que una institución religiosa nos marque un dÃa en su liturgia para que ella intervenga con sus favores religiosos a cambios de nuestros dineros, es algo que no esta de acuerdo con la Palabra de Dios.
El Hombre o la mujer que ha muerto en la fe de Cristo ha dado su último paso hacia la vida eterna y ha sido liberado(a) del pecado en el que podÃa caer por la condición de su cuerpo. Ahora libre de ese cuerpo de muerte, ya no necesita de nuestras oraciones para alcanzar la gracia de vivir en total libertad con Cristo.
Esa liturgia fúnebre del primero de noviembre que se hace a favor de los difuntos en la tradición católica, más que un consuelo religioso, es una sementera de dudas ante la suerte que correrán ellos mismos como sus muertos.
Es triste acercarse cada primero de noviembre a un cementerio y ver la profunda tristeza y angustia que se refleja en los en los rostros de las personas que allà rezan por sus muertos. El diálogo que algunos mantienen con sus muertos ante sus propias tumbas, es un pozo de amargura y de dudas por lo que fueron y son sus vidas, sin tener certeza alguna de lo que les espera tras esa tumba.
Muy distinta es la actitud de aquellos que por la fe en Cristo les ha sido revelado el misterio de la salvación según la Palabra de Dios bajo la luz del EspÃritu. Su actitud es la vida y ante la muerte es de total confianza y esperanza viva en su Salvador. Como dice el apóstol Pedro: "Sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero" (1 Pedro 1: 5).
Este poder de Dios hace que las personas por la fe en Cristo, sean capaces de enfrentarse a su propia muerte o a una grave enfermedad como una liberación de vida.
Esto nos puede parecer extraño, pero si lo vemos hecho realidad en muchas personas, nos demuestra que el poder de Dios nada tiene que ver con una liturgia fúnebre.
Un ejemplo: "Una señora me llama por teléfono para hacerme un pedido de unos libros, ella pensaba que era alguien de la administración, pero cuando me di a conocer comenzamos a hablar. Me dijo que desde hacia medio año habÃa llegado a experimentar la plena alegrÃa de la salvación en Cristo. Me siguió contando que los médicos le habÃan diagnosticado una enfermedad incurable. Con toda tranquilidad me dijo: 'Sé que no voy a durar mucho y el Señor me llevará con El: Entonces estaré con El para siempre en Su gloria'. Y esto a pesar de ser relativamente joven.
Que gracia tan grande, cuando se te permite mirar con tranquilidad a la muerte, no como un oscuro abismo, sino como un paso al paÃs de la gloria inenarrable, de la luz eterna, del Sol que nunca se pone.
Le pedà que orase por una católica que tenÃa la misma enfermedad que ella y que iba a visitarla para anunciarle ese mismo Evangelio. A los cual respondió que lo harÃa para que el Señor tenga a bien manifestar a esa enferma en Su amor perdonador".
Esa es la comunión en la oración, a la cual el Maestro siempre nos alienta porque la carne es débil, aunque es el espÃritu esté dispuesto.
Lo que necesitamos los hombres es a Cristo y no dÃas de difuntos. Cristo nos da la vida eterna, nos la luz para que nos andemos en tinieblas, y "El nos guiará aun más allá de la muerte". "Me mostrarás la senda de la vida; en tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu diestra para siempre" (Salmo 16: 11; 48:14). Si nos acercamos a las puertas de la muerte con nuestras propias liturgias, fúnebres nada vamos a ver y nada vamos a conseguir. Solo Cristo es la Luz que ilumina nuestras tinieblas, a todo aquel que cree en El, para que tenga la luz de la vida. Los que tienen esta fe y esta esperanza en Cristo saben muy bien que Cristo "murió por nosotros para que ya sea que velemos (es decir que vivamos en el cuerpo), o que durmamos (que estemos muertos en el cuerpo), vivamos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Asà pues, sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos" (1 Tes. 5:10 Romanos 14:8).
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